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                                                                                  EL PRADO DE MONTEVIDEO

                                                                                                   Primera parte

                                                                                     Entorno de la Rosaleda "Juana de Ibarbourou"

 

          Sin duda uno de los lugares más visitados y queridos por los montevideanos, con una riquísima historia. Lugar de asentamiento de las primeras familias de inmigrantes canarios, llegadas en 1726, a quienes se les otorgó terrenos sobre las riberas del Arroyo Miguelete, por orden del fundador de Montevideo, Bruno Mauricio de Zabala. El capitán Millán fue el encargado de seleccionar y repartir las chacras.

 Luego lugar predilecto para radicarse por parte de familias acaudaladas durante el sitio de Montevideo durante la llamada Guerra Grande (1839-1851), quienes construyeron importantes mansiones y crearon hermosos parques. Entre ellos. Agustín y Carlos De Castro, De Sierra, Hughes, Morales.

 

         

 

         La llegada a nuestras tierras del Barón José de Buschental, marca una etapa importante en el desarrollo paisajístico de la zona. Casado con Mariquinha, sobrina del Emperador de Brasil, adquirió unas 60 Ha. de las poco más de 100 con que cuenta el Prado, e intentó recrear un ambiente tropical en la zona, construyendo lagos, levantando jaulas con animales exóticos, incluyendo monos, papagayos y serpientes, e incorporando ejemplares vegetales de diversas partes del mundo. Su paisajista fue el francés Lasseaux.

         Luego del fallecimiento de Buschental, en el año 1873 comienza a convertirse en paseo público, el primero de Montevideo con esas características, con la denominación de El Prado Oriental.

 

              

 

        En 1912, se inaugura el Rosedal del Prado, diseñado por el paisajista Racine, también de nacionalidad francesa. Actualmente lleva el nombre de una de nuestras insignes poetisas, Juana de Ibarbourou. Las avenidas del Prado llevan además los nombres de María Eugenia Vaz Ferreira, Delmira Agustini, Esther de Cáceres, Gabriela Mistral, Alfonsina Storni.

        En todos los inicios de cursos, al comienzo del otoño, la visita a esta zona se ha vuelto tradicional para nosotros. La salida es altamente provechosa y permite cumplir con algunos de los objetivos que el curso plantea alcanzar.

 

                       

 

       Imponente vegetación con ejemplares arbóreos de más de 150 años engalana los alrededores de la Rosaleda. Grandes palmeras Phoenix y añejas butiá, araucarias australianas en su tamaño final, un eucalipto blanco declarado monumento vegetal por sus dimensiones... 

      No falta tampoco el simbólico ibirapitá ocupando un lugar privilegiado sobre la Avenida Buschental.

 

     

 

    Calocedros disciplinados, cedros del Atlas y cedros azules, robles de diferentes especies mostrando su otoñaje singular, de gran belleza.

 

   

 

     

 

       Juniperos arbóreos y pinos llorones, asombran a los amantes de las plantas y sorprenden a los visitantes ocasionales. Un enorme Ginkgo y un tulipanero despliegan sus atractivos muy cerca de la Rosaleda.

 

      

 

     

 

   Sequoias y fresnos, encinas y eucaliptus grises, cada rincón del lugar ofrece una sorpresa. Nogales negros muestran una singular otoñada amarilla.

 

      

 

  En otoño, los cipreses calvos son los grandes protagonistas sobre las riberas del Arroyo Miguelete. Amantes de la humedad, su ubicación es la más adecuada. En primavera, su brotación verde pálido es otro atributo sobresaliente.

 

           

  

     

 

     

 

    Y cuando llegue la primavera, el lapacho rosado, los espinillos y las encinas se cubrirán de flores, al despertar la naturaleza con toda su energía.

 

     

 

     

  Cortezas sobresalientes, formas curiosas, colores contrastantes. Injertos magistralmente realizados, con perfectos resultados finales...

 

     

 

                                    

 

Imperdible paseo entonces, no solo para conocer y disfrutar las plantas, sino también para deleitarse con la evocación de la riquísima historia del lugar.

              

                                       

 

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