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                                                                                                        PRIMAVERA EN LA COLONIA DEL SACRAMENTO

 

   Cada vez más visitada por público de nuestro país y del extranjero, la Colonia del Sacramento invita a distenderse y disfrutar de sus callecitas empedradas, sus edificaciones históricas, el gran río que en la otra orilla y en días claros permite divisar a la gran Buenos Aires.

  Ya el viaje por ruta 1 es una invitación a la admiración de paisajes primaverales, donde la vegetación despierta del letargo invernal, y el verde tapiza grandes extensiones. Zona de producción lechera por tradición y aptitud y también de agricultura a veces extensiva, el trabajo constante muestra sus frutos.                 

 

                 

 

               

 

      Las clásicas alineaciones de palmeras fénix nos acompañan en los últimos veinte kilómetros de trayecto. La Colonia del Sacramento se presenta con la prolijidad de siempre, los plátanos en sus avenidas brotando con fuerza, las azaleas en su plaza principal en su momento de mayor esplendor. 

 

           

 

   Y las callecitas empedradas invitan al paseo, acompañados por el perfume del jazmín de Hungría al final de su ciclo, la brotación sobresaliente de la ligustrina áurea y los paraísos aún cargados de frutos. Las mesitas en la calle se preparan para recibir a los comensales para un espléndido almuerzo a pleno sol.

           

 

           

 

     El faro, recostado sobre el antiguo muro de piedra que protegía la Colonia, permite disfrutar de una magnífica vista del puerto, del casco antiguo y de la rambla que conduce al Real de San Carlos. Los sauces son los primeros en brotar, anunciando la llegada de la primavera. Añejos cipreses custodian al faro desde hace muchísimo tiempo.

 

            

 

            

 

       Finalmente, hay que tomarse un buen tiempo para "perderse" en esas callecitas y evocar un pasado cargado de historias de esta ciudad fundada por Manuel Lobo, por orden de la Corte de Lisboa, en los albores del año 1680, y declarada por parte de UNESCO "Patrimonio Cultural de la Humanidad" en 1996.

 

         

 

     

 

     Y que tampoco falte tiempo para admirar el último momento de esplendor de las camelias, la abundancia de flores blancas de la fotinia y de la coronita de novia, y el perfume de las glicinas deleitándonos con sus vistosos racimos florales.

 

         

 

          

 

       

 

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